Ante todo queremos que nuestros facilitadores sean identificados como lo que son: Facilitadores de la adoración y discipuladores litúrgicos en el nuevo templo de Dios. Por favor, déjeme explicarle esta expresión que puede sonar grandilocuente.
Poco reflexionamos en la expresión teológica de las palabras de Pablo en 2 Corintios 6:16b. Allí Pablo declara sin ambages que “¡somos el templo de Dios!” Nosotros que somos gentiles, desconectamos históricamente del pueblo de Israel y del antiguo pacto. Nosotros, que éramos enemigos, ahora estamos tan cerca de Dios como perdonados, adoptados y asegurados en Cristo, que ahora no tenemos (y no tenemos por qué tener) comunión alguna con nada que no ponga a Cristo en primer lugar y su supremacía, SOMOS EL ESPACIO EN EL QUE DIOS SE MANIFIESTA, SU TEMPLO.
Un templo vivo
Somos el templo porque ahora la adoración no toma lugar en una nación geográfica, ni bajo una lengua y unas tradiciones civiles y ceremoniales, sino bajo la sangre del nuevo pacto eterno de nuestro Buen Pastor (Hebreos 13:20) que hizo lo impensable humanamente y nos reconcilió para que seamos nación, reino, pueblo de Dios (1 Pedro 2:8-9). Particularmente, en las epístolas a los corintios Pablo enfatiza que somos templo todo el tiempo y en todo lugar para adorarlo a él, pero que particularmente somos templo colectivamente cuándo nos unimos en un lugar, bajo la nueva identidad del nuevo pacto. Así tenemos que ver a todos los que hacen tareas que nos permiten estar armoniosamente juntos (es decir, aquellos que asean y ordenan ordenan nuestro lugar de congregación, o los que nos ofrecen amablemente un tinto en el atrio), como aquellos que facilitan la adoración y construyen una cultura de discipulado litúrgico.
De una manera apropiada y en orden
A menudo damos por sentado y se vuelve paisaje todo lo que pasa y hacemos juntos al congregarnos, como nos ordena el Señor (Heb. 10:24-25). Tal vez una mirada al AT nos permite ver la seriedad y trascendencia de este ministerio levítico que nos facilita y forma como adoradores de Dios.
Es cierto que «mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios.» (Heb. 10:19-219). Sin embargo, «plena libertad para entrar en el lugar santísimo» no debe ser tomado a la ligera, ni debe dejar de ser acompañado por la decencia y el orden («de una manera apropiada y en orden” 1 Cor. 14:40, según la NVI). Además, por otro lado, esto conlleva un compromiso con la educación para la exaltación de Dios que se demanda en este importante capítulo sobre la adoración corporativa, «hágase todo para edificación» (1 Cor. 14.26).
Una lista, casi interminable, de tareas «tras bambalinas»
En esa óptica nuestros facilitadores de las celebraciones dominicales incansables realizan un número de tareas, la mayoría invisibles a la vista de la gran mayoría, que coadyuvan para que como iglesia seamos guiados y formados en la adoración de Dios. Permítame compartir, solo algunas de ellas:
- Cuidan y ayudan a ubicar nuestros carros de tal manera que no interrumpan el tráfico vehicular, no expongan las personas a peligros y no causemos dificultades a los vecinos.
- Reciben con gran cariño a quienes se congregan, especialmente a los visitantes o a los que llegan por primera vez.
- Ordenan el salón y están atentos a que todo esté en su lugar para un buen funcionamiento.
- Entregan información verbal, digital y escrita para asegurar que todos sean invitados y atendidos en nuestros programas.
- Vigilan que todo vaya bien dentro del SG-SST (el sistema de gestión por el cual damos cuentas a las autoridades civiles) y siguen todos los protocolos de seguridad.
- Ofrecen ayuda a la salida, a quienes lo requieren, junto con un delicioso tinto.
- Asean y vuelven a asear para que las dos celebraciones corran tranquilas y sin contratiempos.
- Están atentos a entregar material, como el sobre para las ofrendas y diezmos, y para orientar en todo lo necesario.
- Llegan temprano, oran un rato, repasan todos los protocolos y visten su peto o chaleco distintivo, junto con su nombre, para proveer de seguridad y construir confianza especialmente para los visitantes.
- Reciben la ofrenda para la canasta de amor, donaciones para el ministerio de misiones y también las botellas de amor del programa ecológico de EcoRedil.
- Ayudan en nuestro centro de información y orientación, InfoRedil.
- Disponen los auditorios, lo cual implica el movimiento de toda clase de objetos.
- Atienden a los visitantes en una preciosa recepción.
- Sirven en las dos celebraciones dominicales y, muchos de ellos, también el miércoles, y en otras actividades mensuales de la iglesia.
- Barren el atrio y la cera de los vecinos, mientras saludan amorosamente a todos los que van llegando a la celebración.
- Y muchos detalles más, como cuándo hay que cuidar el perrito del transeúnte atraído (él, no su perrito) por la buena música cristiana con la cual nos guían los hermanos del equipo de alabanza, otra clase de levitas.
Números 4
En Números 3 y 4 se destaca el censo de la tribu de Leví. La Tribu de Leví, una de las 12 tribus de Israel, sorprende por el sentido de misión e identidad dentro del pueblo que fue rescatado del yugo de Egipto. Fueron consagrados por Dios y apartados especialmente dentro de su pueblo (Num. 8:14,16). Tomaban el lugar del primogénito para Dios. Aunque no fue el primer hijo de Israel (Jacob), Dios decidió tomar esta tribu para sí, con unas implicaciones de servicio y entrega a él muy particulares. Los levitas no poseían tierra ni heredad, puesto que su única función era la de encargarse de todo lo relacionado con el templo de Jerusalén: adoración, alabanza, sacrificios, ofrendas y otros. En Números 4 vemos cómo fueron censados y ubicados en tareas específicas que dan cuanta del detalle, la seriedad, el orden, y la gran disposición de Dios para ser adorado. Los levitas son un tipo de Cristo y del cuerpo de Cristo, la iglesia. Dada nuestro linaje por la fe en Cristo, somos tanto descendientes de Judá, tribu de la realeza, la tribu de David y de la promesa mesiánica. Pero también somos descendientes de la tribu sacerdotal, la tribu de Aarón, la tribu del pacto sacerdotal, a causa de Jesús quién fue hecho sumo sacerdote para siempre (Heb. 5.1-6). Por eso somos llamados, como iglesia, real sacerdocio (1 Ped. 2:9; Apo. 1:6).
Los compañeros del alma de los pastores
Los facilitadores de la iglesia, invisibles, perseverantes, muchas veces desconocidos, son aquellos hermanos que nos discipulan litúrgicamente, esto es para ser adoradores de Dios, para que, después de encontrarnos en torno a Cristo como su cuerpo (en la Palabra y las ordenanzas), salgamos animados por la fe que ellos ejemplifican, con la cual nos bendicen, a predicar con palabras y obras la adoración de Dios. En los tiempos del NT vemos a los levitas como compañeros cercanos de los sacerdotes (Juan 1:19). Podemos decir que este grupo son los compañeros del alma de los pastores: ¡son nuestros levitas! Bernabé, el generoso mentor de Pablo, fue uno de ellos.
Tanta gente sirviendo
¿Y por qué hay tanta gente? Pues porque hay muchas oportunidades de servicio, porque hay mucha necesidad, porque la iglesia crece en todo sentido. Pero, sobre todo, porque esto refleja bellamente la vida del cuerpo, todos caminando hacia el mismo lado bajo la dirección de Dios en su Palabra.
Una de las cosas que nos gusta destacar en nuestra iglesia es el amoroso servicio a la obra de Dios que desarrollan todos estos hermanos. Tú puedes ser uno de ellos. Amarás más la iglesia, crecerás como discípulo, honrarás a Dios si te conectas con este servicio a nuestra iglesia. Señor, te damos gracias por nuestros facilitadores de la adoración y discipuladores litúrgicos en el nuevo templo de Dios.